Cuando te conviertes en padre-madre, una de las cosas que más abruma es la enorme responsabilidad que conlleva. Muchas veces te preguntas si realmente lo estás haciendo bien, si las decisiones que tomas son las mejores para tu bebé. Actualmente contamos con muchos estudios científicos que nos dicen cuáles son las consecuencias (conocidas o demostradas) de determinadas prácticas o técnicas de crianza, y todos apuntan a lo mismo: lo mejor es acompañar el desarrollo de tu bebé, más no acelerarlo. Esto choca con nuestro ajetreado estilo de vida, queremos que desde pequeñitos nuestros hijos sean independientes, para nosotros mismos recuperar nuestra «libertad», pero la realidad es que mientras más dependientes sean de nosotros en su niñez, y mientras más dispuestos y abiertos estemos para cubrir esa necesidad de dependencia y apego, más independientes serán en su adultez. Es fácil decirlo más no practicarlo. Nuestros bebés van alcanzar los hitos del desarrollo evolutivo a su ritmo: darse vuelta, sentarse, gatear, caminar, hablar, dormir corrido toda la noche, controlar esfínteres; emplear técnicas o estrategias para entrenarlos y hacerlos llegar a esos hitos antes de que estén mental y físicamente listos para ello, trae consecuencias que sólo se ven a largo plazo. Podemos estimularlos e incentivarlos cuando veamos que están preparados para dar ese paso, más no enseñarlos cuando aún no lo están.

Muchos piensan que los hijos vienen a completar la familia, a llenar la vida de los padres y que debemos adaptarlos a nuestro estilo de vida. Ahora sabemos que al hacer esto (enseñarlos a caminar sin haberlos estimulado a gatear, introducir alimentos sólidos antes de los 6 meses, entrenarlos para que controlen esfínteres sin saber caminar o hablar, entrenarlos para que se duerman solos), sin tomar en cuenta su propio ritmo de crecimiento, trae consecuencias en su salud integral, ¿o no te has preguntado cómo es que nuestra generación padece tantas enfermedades «nuevas» que nuestros antepasados no sufrieron? Vemos adultos jóvenes sufriendo de obesidad, estrés, ansiedad, gastritis; muchas de estas patologías se originan en la primera infancia.

Nuestro estilo de vida nos ha llevado a querer apresurarlo todo. Tomemos un respiro con la paternidad y no aceleremos lo que ocurrirá de forma natural, la salud y el bienestar mental, físico y emocional de nuestros hijos depende de ello. Tenemos la información a nuestro alcance, utilicémosla para tomar decisiones conscientes en pro de un mundo mejor.

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