Cada domingo nosotros vamos a misa en una capilla a media cuadra de casa. Desayunamos y salimos, así de simple. Este domingo pasado me desperté tarde y andábamos contra reloj para llegar a tiempo. Hice un desayuno rápido que estaba segura de que le iba a gustar al chiquito, para que comiera rápido y nos fuéramos -eso era lo que yo esperaba-.

Bueno, servido el desayuno, ya estábamos retrasados y apurados, y mi hijo dice que no quiere comer eso, que quiere cambur (plátano / banana). Pensé en dárselo y me dije que si le daba la fruta igual iba a quedar con hambre y se estaría quejando en misa, así que insistí con las panquecas (de plátano, avena y chocolate) para que las probara, él insistía en que no, que quería cambur y yo -pensando en la hora- insistía que sí, que comiera sólo un poco, que probara, porque sabía que le gustaría. Intenté darle un pedazo y empezó a llorar desconsolado, pedía su cambur, mi esposo me hizo ver que así no iba a lograr nada, recapacité y me dije que era preferible que comiera cambur a que no comiera nada, así le diera hambre al rato. Le pedí disculpas por haber insistido tanto en que comiera las panquecas, le di el cambur y nos arreglamos. Pero, conociendo a mi hijo, tomé la previsión de llevarle agua y envolví las panquecas en papel de aluminio, metí todo en el bolso y nos fuimos.

Ya en misa, apenas nos sentamos me pidió teta, pues tenía hambre, ¡tal como yo lo había previsto!, era justo lo que quería evitar y estaba pasando. Le ofrecí agua y cuando saqué del bolso la botellita plástica, él mismo vio el papel de aluminio y entendió que allí estaba su comida, me dijo «dame». Y así, sin mayor problema, tomó agua y se comió sus panquecas, sin pedir más teta.

Toda esta situación me hace reflexionar sobre cuántas veces nos agobiamos porque tenemos un plan en nuestra cabeza de lo que vamos hacer, planificamos una serie de pasos o tareas y de repente nuestros hijos lo cambian todo, ya sea porque no quieren colaborar, porque no les gusta lo que pensábamos que les iba a encantar, porque no están de ánimos, porque es Nuestro Plan, no el suyo, y cuando vamos contra reloj más nos nublamos y queremos hacerlo todo según el plan, sentimos que nos quedamos sin tiempo para más nada, no nos detenemos a pensar en qué podemos ceder, qué podemos cambiar para hacerlo más fácil para todos.

Nosotros somos los adultos pero no por eso siempre tenemos la razón ni debemos pensar que nuestra palabra es ley. Criar desde el amor y el respeto es un camino que andamos de la mano con nuestros hijos, apoyándolos en su crecimiento y descubrimiento como personas e individuos, un camino donde cometeremos errores, pero siempre tenemos la oportunidad para pedir disculpas y volver a intentarlo. A veces sólo necesitamos cambiar nuestra perspectiva para darnos cuenta de que hay otras opciones que van mejor que las que teníamos planeadas. Podemos fijarnos pequeñas metas, más realistas, más fáciles de alcanzar, que nos sirvan de entrenamiento, entrenemiento para nuestra paciencia, para nuestra capacidad de adaptación, porque con la crianza no hay nada escrito sobre piedra. Un día malo, una semana mala, no te hace mala mamá o mal papá, al contrario te da la oportunidad de aprender, de ver qué podías haber hecho diferente, así te preparas mejor para una próxima vez, y créeme, con los hijos siempre hay una próxima vez.

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